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COLUMNAS

Columna: La Tragedia de un talentoso

En la opinión de Rodrigo Molina

El día 03 de Marzo, el Noticiero de TVN exhibió un reportaje donde se mostraba la actual vida de un ídolo del fútbol convertido en un indigente, viviendo en condiciones paupérrimas, arruinado por el alcohol, las drogas, pero por sobre todo, por el abandono. Ya establecidas las causas, nos cabe la interrogante sobre quién tiene la culpa sobre este lamentable estado de un talentoso del fútbol viviendo en la miseria: ¿Sólo él?, ¿todos nosotros?, ¿el sistema que nos impera?…

Soy un declarado hincha de Audax Italiano. Una de las mejores campañas que tuve el honor de presenciar fue la de 1981, al mando de Clavito Godoy en la banca técnica. Con grandes nombres como Julio Rodríguez o Laino al arco; Belmar, Lorca, el Perro Zamorano, Arad Anabalón en defensa; Carlos Ramos, Maestrito Salinas (un genio del balón), el ritmo de Ribamar Batista, Renzo Gamboa, dos punteros veloces como Delgado y Jaime Díaz, y Juan Carlos Letelier, el goleador, el llanero solitario. En esa época Clavito era un visionario, jugando literalmente un 4-2-3-1 efectivo y llamativo.

Durante aquel año, Clavito se atrevió a llevar al primer equipo a un juvenil de 17 años de aspecto esmirriado, pero con una mirada digna de un Fénix a punto de emerger desde las llamas. Y aquel pájaro de fuego desde el primer minuto que nos mostró su picardía, su talento, su técnica en velocidad siempre ganando la línea de fondo o la diagonal, logrando que la exigiente hinchada audina comenzara a ponerse de pie y corear su nombre, su apodo, su apellido: Nacía el ídolo audino de los ’80, el Indio Castro.

Por la banda izquierda, el Indio se enfrentó a grandes laterales derechos, nombres como el Chano Garrido, Rubén Espinoza, el Pato Reyes, Johnny Ashwell, entre otros. Era un verdadero dolor de cabeza para las zagas rivales, ya que con su gambeta los mareaba y con su velocidad les sacaba distancia, además de estar siempre oportuno para recibir el centro en el segundo palo. Tuvo un gran 1982 en Audax, y Wanderers se lo llevó en 1983 para conformar un tándem goleador junto con Rubén Morales y el argentino Sarulyte, ex jugador de Racing. No le fue bien en el puerto y volvió al Audax, en esos tiempos avecindado en la calle Lira.

Con el cuadro itálico vivió las mieles del éxito en 1984, y sobre todo en 1985, cuando conformaba un trío goleador junto con dos ídolos escindidos desde la U.de Chile: Tito Hoffens y Sandrino Castec, además teniendo a Lucho Marcoleta como suplente, pero también tuvo que soportar el fracaso y las críticas que rodearon el descenso de los Tanos en 1986 y dos malas campañas en 1987 y 1988 (casi descendiendo a Tercera). El Indio inició un periplo que lo llevó a jugar a Huachipato, Coquimbo, U.La Calera y San Felipe, hasta que sus virtudes lo llevaron a emigrar fuera de nuestro país, nada más y nada menos que al poderoso mercado mexicano, siendo miembro del Morelia.

El Indio Castro siempre tuvo que lidiar con muchos demonios y con muchas acusaciones que giraban en torno a él, que estaba metido en las drogas, que estaba metido en el alcohol, que el doping era un compañero más en su vida. Se hicieron frecuentes los castigos, las expulsiones, las sanciones internas. El talentoso se volvió díscolo e indisciplinado, pero sus virtudes no lo abandonaron, siguió siendo el zurdo puro y peligroso que causaba heridas profundas en las defensas rivales.

Hasta que por 1995, nunca más se supo del Indio. Un día me contaron que lo habían visto por Puente Alto, muy pobre y muerto de curado. ¿Pero cómo?, uno se preguntaba, “si ganó cualquier plata en México”, uno se respondía. Las farras, las pseudo amistades, las carencias familiares, la drogadicción, el alcoholismo, todos estos serían los factores que llevarían al ídolo al olvido.

Hasta que hace unos cinco días atrás apareció aquel reportaje que mostraba al Indio Castro viviendo en condición de indigente, bajo un árbol, durmiendo sobre un colchón y solo con la compañía del infaltable perro y el veneno de una botella de ron. A más de algún declarado y fiel hincha itálico dichas imágenes causaron más pena que rabia. Prometo que a mí, por lo menos, se me volvieron vidriosos mis ojos por la tristeza al ver tan penosas escenas.

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Él mismo tuvo la suficiente autocrítica para señalar que la había embarrado medio a medio, que desperdició una fortuna amasada en sus tiempos de futbolista, que se dejó engatusar por las falsas amistades y que su familia, sus mujeres, literalmente lo abandonaron a su suerte. Pero también señaló algo que consideré tan honesto de su parte, y que muchas personas que han caído en desgracia lo gritan como un alarido en busca de sobrevivencia:

“NECESITO UNA OPORTUNIDAD… Puedo ser portero, utilero, sé que puedo entregar algo bueno…”

Durante el año pasado, escribí por lo menos dos columnas muy críticas sobre el pensamiento del chileno actual, solidario sólo durante un día y medio cuando es la Teletón o cuando ocurre una desgracia como un Terremoto o cualquier catástrofe, pero en términos reales, el chileno es poco solidario o lisa y llanamente no es solidario. El chileno abandona a quien está en desgracia, el chileno aparta al que no ha sido bendecido por la buena suerte, el chileno condena antes de enjuiciar, el chileno opina sin fundamentos o sin pruebas en contra de una persona, el chileno hunde al desvalido.

El Indio Castro es un ejemplo de como nuestra sociedad prefiere apartar a quien no ha contado con la benevolencia de la vida y prefiere encerrarse en un mundo falso, fatuo, inicuo. ¿Acaso es la única persona que pide una oportunidad a gritos en este país, y dicha oportunidad es negada sin miramient