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ASCENSO

Columna de Iberia: El último bastión de la idolatría iberiana

La opinión del hincha azulgrana sobre un gran referente de la institución, por Jano Nahuel (@janonahuel).

¡Oye, qué bueno es ese cabro! Eso me repetía mi viejo, mientras seguía con la mirada fija en un hábil delantero de melena exuberantemente rubia y una extrema delgadez, muy lejos del prototipo del jugador de Tercera División. Pero lo que más llamaba la atención era el atrevimiento con que jugaba este media punta, exigiendo siempre la pelota a sus compañeros y encarando por la banda haciendo valer su velocidad inquietante. Tampoco se amilanaba ante las patadas propias de la potreril, se levantaba con guapeza y no se callaba con quienes querían bajarlo, devolvía chorezas, se paraba y volvía a encarar.

¡Ese es el “Pelusa”! ¡Viene de la Real Victoria! Nos gritó otro hincha desde el último peldaño de la galería, como queriendo dar una explicación que parecía tomar cierta lógica a nuestra admiración.
Veníamos de un receso que nos pareció eterno en los albores del 2000 y a los tumbos lejos del profesionalismo, pero ahí estábamos con mi viejo cada fin de semana siguiendo la azulgrana.

Esperábamos que sucediera un milagro, que aparecieran figuras descollantes moviendo la pelotita y gritando cada gol como si fuera el del campeonato.

Era una época difícil para “el equipo lindo” ¿Recuerda? El estar en la Tercera División mantenía abierta una herida institucional que parecía no sanar con ningún remedio. Sueldos impagos, deudas de pensiones donde vivían los jugadores y una pausa obligada de más de un año por falta de estadio.

La crisis intentaba ser equilibrada por los mismos hinchas a pura pasión; vendiendo rifas, organizando bingos y haciendo comidas a beneficio por puro amor al club. Sin embargo, el hambre de volver a las principales canchas que mostraban los jugadores en la cancha llenaba de aliento al pueblo iberiano, hacían olvidar los malos momentos y dejaban a un lado todas las penurias de la semana metiendo con todo en cada partido.

Allí destacaba la figura del “Pelusa” o “El Galgo” como se le conoce también en el ambiente futbolero. Vestía una camiseta notoriamente de talla más grande, pero ésta parecía ser parte de su ágil cuerpo metiendo regates y desbordes una y otra vez, mostrándole solo el número a sus marcadores que con patadas groseras y agarrones lo intentaban sacar del partido.

Tanto brilló, que el recién ascendido Lota Schwager lo incorporó a sus filas en su desafío por la Primera B. Y nuevamente el “Pelusa” sacaría a relucir todo el barrio, mostrando estampa de crack. Primero hizo un inolvidable gol y luego pateó un penal en la final por el ascenso del cuadro de la lamparita a la División de Honor. Más adelante agarró la jineta de capitán y marcó un gol histórico en el Monumental al Colo-Colo subcampeón de la Sudamericana.

Su paso por diferentes clubes no fue desapercibido. Fue un líder indiscutido, trabajador y comprometido, algo que lo llevó a ser reconocido en el fútbol criollo, pero su corazón estaba con Iberia y cuando surgió la opción de regresar a casa por la incorporación de la azulgrana a la Segunda División, no dudó en volver. Antes no pudo hacerlo por la norma de edad de los jugadores, pero ahora regresaba con una sola idea: el ascenso. Para ello, recogió la jineta de capitán.

Levantó la copa 2 veces en el Germán Becker de Temuco sacando un ceacheí iberiano a la galería que se gritó con el alma. Mascó la injusticia de no subir por el reglamento de los mafiosos y siguió trabajando, siguió corriendo y arengando a sus compañeros.

La experiencia y la cancha de barro del “Galgo” salieron nuevamente a relucir en el mítico partido contra Puerto Montt justo antes del ascenso. ¡Cómo no emocionarse con la arenga final del capitán! Felicitó a sus compañeros, convenciéndoles que todos eran importantes en el equipo, que esa era la mayor fortaleza y que el sueño estaba ahí, a un paso.

La imagen del capitán levantando la copa que nos llevó de regreso a la B está grabada en mi memoria, marcada de manera imborrable con la alegría que solo el futbol puede entregar. La imagen del “Pelusa” se erguía en la representación del campeón, del héroe levantando el cetro añorado y tomando de paso la posta dejada por Humberto López y Benjamín Muñoz en sus condiciones de ídolos de la azulgrana.

Pisar la pelota en el barro, esconderla y amagar al viento, trancar con el alma, meter orgullo e imponer respeto con bravura, con la hidalguía del barrio. Tener el reconocimiento de tus pares, de los medios futboleros y regresar a tu casa, esa que te crió y te dio la posibilidad de jugar en el pasto dejando la arcilla y el lodo atrás. Eso es José Gastón Salcedo Contreras, el último bastión de la idolatría iberiana.

Foto: cdiberia.cl

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