Por Ignacio Osorio
Hablar de la República de San Marino es hablar, al mismo tiempo, del Estado
soberano más antiguo del mundo. Rodeado por el territorio perteneciente a
Italia, evidentemente no solo comparte el idioma, sino también la cultura y la
pasión por el fútbol. Pero lamentablemente, es en este punto donde las
distancias son amplias y las realidades disímiles. Mientras la Azzurra es una
de las selecciones y tiene de las ligas más competitivas del mundo, su
pequeño par – de apenas 62 km de superficie- es, por el contrario, una de las
peores selecciones y en consecuencia tiene una de las ligas más débiles del
mundo fútbol. Pero ahí también radica su gran gracia.
En esta débil selección sanmarinense, donde la mayoría de sus jugadores
son semiprofesionales y apenas unos cuantos tienen o han tenido a lo largo
de la historia un roce profesional en divisiones menores del fútbol italiano, se
sustenta, subsiste y resiste aquel espíritu de superación, amor real por la
camiseta y los colores de su equipo, de república y hacia su hinchada.
Hoy, esta selección que ocupa el lugar 210 del ranking de la FIFA, y que ha
sido “víctima” de las mayores humillaciones y derrotas de la historia del fútbol
moderno, vive los que probablemente sean sus días más felices tras
encadenar lo que para ellos y su realidad son excelentes resultados. Para
empezar, recientemente le han ganado 3-1 a su par de Liechtenstein, equipo
con el que, junto a Malta, Andorra y Gibraltar, entre todos, libran una suerte
de “clásicos del fútbol modesto”. Anterior a esto, también a Liechtenstein lo
derrotaría 1-0 por la Nations League, lo que sumaría a un empate a un gol
con Gibraltar. Toda una proeza para la selección que actualmente dirige el
local Mateo Cevoli, de cuya mano esta pequeña selección vive lo parecen ser
sus días más felices y los que ojalá puedan aprovechar para sentar las bases
de lo que sea su crecimiento definitivo a través de un largo (larguísimo)
proceso.
Las victorias y buenos momentos de la Repubblica di San Marino no son
solo para ellos, pues su felicidad se traspasa por la pantalla. En los
sanmarinenses se logra apreciar lo que, sin querer, es una resistencia a un
fútbol que desde hace ya mucho fue cooptado por el capitalismo y rentismo
más salvaje, y en donde podemos apreciar todavía el espíritu no solo amateur
del fútbol de antaño, también aquella inocencia en donde todo era posible, en
donde el pequeño podía ganarle al grande y en el que, en cierta forma, el
fútbol era más democrático. San Marino nos hace vivir junto a ellos una
especie de oasis en donde podemos volver a reír, sufrir, ilusionarnos y vibrar
sin estar pendientes de números, estadísticas y frivolidades. Sus días más
felices, también son nuestros días más felices.